«Soy socialista ideológicamente y capitalista en metodología«. Así se definía a sí mismo Maurice Strong, el padre espiritual del IPCC (el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático por sus siglas en inglés).
Strong (fallecido en 2015) fue un tipo que acumulaba cargos en empresas petroleras y gasistas a la par que ascendía en el escalafón climático de la ONU. Este tipo, capaz de tener en paralelo dos carreras profesionales aparentemente incompatibles, ejemplifica el carácter hipócrita de los que yo denomino obispos de la Iglesia de la Calentología (en mi libro empleo términos más fuertes).
La afirmación de que El CO2 antropogénico (emitido como consecuencia de la actividad humana) es la principal palanca que mueve el mecanismo por el cual la Tierra se está calentando no se sostiene científicamente sino que es la política la que, secuestrando y prostituyendo la ciencia, llega a conclusiones tan poco científicas como que existe un «consenso».
Ciencia y consenso son como agua y aceite, no mezclan bien. A lo largo de mi libro aporto datos y referencias de todo tipo hasta llegar a la conclusión de que no estamos muy alejados de los consensos científicos de los mexicas del siglo XV (arrancar corazones para que salga el Sol) o de los bávaros del siglo XVII (quemar brujas para que terminaran las heladas).
Como cualquier religión o secta dirigida por una curia sacerdotal, el culto calentológico establece pecados o faltas contra la fe verdadera. Para la Iglesia de la Calentología, cuyo principal demonio es el CO2, los pecados son de índole carbónico. Estos pecados carbonatados se adosan al alma de los humanos impíos en forma de un saldo contable llamado “huella carbónica”. Cuanto mayor es ese saldo más debemos esforzarnos por “compensar” nuestros pecados llevando a cabo rituales de sostenibilidad expiatoria como comprar un coche de cero emisiones, adquirir derechos de emisión o comer menos carne, de esa que sale de las vacas pecaminosas que se tiran pedos metánicos con obstinación.
En mi libro despiezo el dogma-paradigma, los problemas en forma de profecías, las premisas y las soluciones, o recetas que nos son prescritas en forma de penitencia ritual por el Santo Oficio Calentólogo.
A lo largo de este libro también ubico al culto calentológico dentro de una superestructura –el Estado corporatista-fascista–, de la que otras iglesias dogmáticas son también parte y herramientas, enfocada en el sometimiento del individuo mediante la sustracción de derechos y amparándose en un supuesto “bien común”.
Es relevante pensar que de entre todos los factores que inciden en el comportamiento del clima (algunos que aún ni conocemos) tan solo el CO2 es el que mejor permite que los humanos nos sintamos culpables y dispuestos a pagar un precio (en forma de impuestos inútiles y de pérdida de libertades).
«La Iglesia de la Calentología» será un libro duro de leer para quienes han comprado el relato de la emergencia climática, pero a veces la realidad te hace sentir estúpido. Mejor antes que después.
Para aquellos que albergan dudas, este libro será un acicate que les permita contrastar ideas e información científica.
Mis objetivos al escribir este libro no ha sido otros que excitar en el lector la capacidad de ejercer el pensamiento crítico y de poner en duda lo que disfrazado de «consenso científico» no es sino un dogma sectario. A lo largo del libro hago varias menciones al reputado físico Richard Feynman quien dijo muy acertadamente que:
“La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos”